La frase de Donald Trump sobre la Argentina no es solo un titular: refleja el deterioro real del empleo, la producción y las pymes en el país. Frente a esa advertencia, la clave no son las soluciones externas, sino políticas concretas y urgentes que protejan el trabajo, la inversión y la economía cotidiana.

“Están muriendo. ¿De acuerdo? Están muriendo.” Esa frase, pronunciada a bordo del Air Force One, no fue un exabrupto diplomático: fue el diagnóstico descarnado de un país que atraviesa una pérdida profunda de ingresos, empleo y tejido productivo. Más que un comentario extranjero, es una luz roja sobre las consecuencias tangibles —y crecientes— de las políticas económicas aplicadas por el Gobierno.

Los indicadores duros confirman la gravedad del cuadro. La tasa de desocupación trepó al 7,9% en el primer trimestre de 2025, marcando un salto intertrimestral claro. Detrás del número hay hogares que pierden ingresos, jóvenes sin oportunidades y más trabajadores atrapados en la informalidad. Cuando la gente “no llega a fin de mes”, el problema no es discursivo: es estructural.

A esa cifra se suma la radiografía del aparato productivo: cierres masivos, reducción de personal y pymes que no resisten el escenario. Informes recientes señalan decenas de cierres de empresas por día desde el inicio de la gestión. Cada persiana baja es más que una estadística: son familias que pierden su sustento, proveedores sin pedidos y economías regionales que se vacían. Eso, literalmente, es lo que significa “morir” para una economía real.

Precariedad y ajuste sin red

¿Cómo se llegó hasta aquí? Las políticas de ajuste abrupto, desregulaciones sin transición, apertura sin salvaguardas y recortes en programas sociales y de inversión aceleraron la destrucción del empleo formal y las capacidades productivas. En un contexto de inflación persistente, dolarización parcial y tasas financieras altas, las pequeñas y medianas empresas —columna vertebral del trabajo argentino— quedan expuestas y vulnerables.

Por eso, la aparente recuperación de algunos indicadores macroeconómicos no alcanza para revertir la sensación extendida de precariedad en la vida cotidiana. Los datos públicos y relevamientos privados coinciden en ese diagnóstico.

La ayuda externa —ya sea la reapertura de mercados o líneas de crédito condicionadas— puede aliviar síntomas puntuales: entrada de divisas, demanda en sectores específicos o cierta estabilidad cambiaria. Pero no reemplaza un plan nacional de reactivación productiva. Los parches financieros y los titulares mediáticos no sustituyen políticas que fomenten inversión, protejan el empleo y fortalezcan el diálogo social entre Estado, empresas y sindicatos.

Soberanía y dependencia

La frase de Trump también deja expuesta una fragilidad política y simbólica: la dependencia de gestos externos. Cuando un aliado extranjero —por afinidad o cálculo político— declara que un país “está muriendo”, la responsabilidad recae sobre quien gobierna. El Ejecutivo tiene la obligación de explicar, corregir y reorientar su plan económico. No es una cuestión de orgullo: es una cuestión de supervivencia.

Si “están muriendo” es más que una metáfora, la respuesta debe ser concreta y urgente: protección transitoria a pymes, estímulos a la inversión con cláusulas de mantenimiento de empleo, refuerzo de redes sociales de contención y una mesa de consenso que trace una hoja de ruta gradual y creíble.
De lo contrario, la advertencia de Trump dejará de ser una alarma y se convertirá en la crónica de un daño irreversible.