La economía argentina parece caerse sin que nadie la empuje, se ve como una casa vieja que ya no soporta su propio peso. Lo confirman los diarios Ámbito Financiero, TN y Página 12, que muestran cómo las ventas minoristas pyme registraron en septiembre una caída interanual del 4,2 % y una baja mensual real del 2 %, según CAME, mientras el acumulado del año apenas sostiene un alza del 5 %.
Esa caída no es pareja. Los sectores más golpeados fueron textil e indumentaria, con -10,9 %, y bazar, decoración y muebles, con -6,2 %. El consumo se retrae, el crédito se encarece y la confianza se evapora. Lo que antes era una compra cotidiana ahora se transforma en cálculo, en renuncia, en espera para comprar.
Página 12 escribe que 11,3 millones de argentinos están endeudados, que la deuda individual promedio asciende a 3,7 millones de pesos y que para afrontarla muchos hogares necesitan tres salarios privados registrados completos. El mismo medio señala que el 91 % de las familias con deudas no logra reducirlas porque las mantienen o las aumentan. Un 67 % acumula entre dos y tres compromisos financieros, y un 14 % más de tres.
En este escenario, la economía ya no habla de crecimiento, habla de supervivencia. Las familias extienden vencimientos, refinancian tarjetas con intereses leoninos, cortan gastos esenciales. Los bancos, observan que cada vencimiento impago es una semilla de negocio. Los economistas, como el ministro Caputo, discuten fórmulas que no explican el sudor de una casa que no llega a fin de mes.
Mientras el gobierno celebra su equilibrio fiscal, y las relaciones carnales con EEUU, millones se desmoronan en silencio. En provincias como La Rioja los comercios bajan sus persianas antes de hora, las calles se vuelven más mudas y la pérdida del poder adquisitivo se nota en los gestos y el humor de la gente de a pie. Antes se compraba ropa de temporada, hoy se compra lo que alcanza.
La crisis no llegó, vive acá. Está en las deudas que se acumulan, en los sueldos que no suben y en la resignación de quienes ya no sueñan con un mañana distinto. Y aunque el gobierno nacional dice ordenar los números, la vida de la gente sigue desordenada, esperando que en algún momento alguien recuerde que detrás de cada cifra hay un ser humano, una familia y un plato vacío.
